viernes, 5 de diciembre de 2014

EN TIEMPO NORMAL...

era una frase que se generalizó después de la Guerra (In)civil. Brotó de esa intuición que tienen los pueblos para expresar las verdades que sienten en su profundidad interior. El Régimen Genocida no pareció percatarse de ella. Hasta tal punto quería sentirse seguro de que el terror que inspiraba en los vencidos se bastaba para inhibir toda muestra de protesta o descontento. Porque, ¿qué expresaba la frase? Que el monstruoso estado de cosas instaurado por el franquismo podía ser cualquier cosa menos normal. Mientras el espadón del ejército perjuro pesara sobre la balanza ninguna razón ni asomo de justicia podría equilibrarla ni conceder el más mínimo derecho al pueblo derrotado por las armas. Vae victis! [¡Ay de los vencidos!]

    La única época normal había sido el breve interregno republicano. Pese a quienes, desde el primer momento conspiraran y pugnaran por volver atrás: a una monarquía que había perdido todo atisbo de legitimidad en su cohabitación con la dictadura de Primo de Rivera, o para retroceder aún más allá: a un esperpéntico caudillismo “imperialista” que condensara el medro desatado de todas las “virtudes patrias” más regresivas: el caciquismo, la ignorancia, la superstición, el sometimiento, la inanidad del pueblo…

    Tampoco restauraron la normalidad los acuerdos de la “transición”, ni el Régimen de 1978. Bastó el recordatorio de la farsa golpista del 23 de Febrero, para que se volviera atrás de la dosificada “democracia”, que empezaba por no refrendar popularmente otra opción de forma de Estado que la monarquía. Una restauración, en definitiva. El resultado fue un híbrido entre democracia burguesa, cuando ya la democracia burguesa se ha vuelto inútil ante el nuevo imperio de los factores realmente dominantes a escala mundial, y el antiguo régimen. Los franquistas pactaron entonces con la garantía de que no se haría la autopsia al cadáver del franquismo, ni se explicarían suficientemente, para conocimiento general, sus hechos, sus causas y su herencia política. Y, sobre todo, que se garantizara la perpetuidad de su medro económico, que era principalmente lo que los unió bajo el sagrado palio de Franco.
 
    La normalidad entonces perdida no puede recuperarse mirando hacia atrás. Es necesario crear una nueva, empezando por abrir en canal la realidad de nuestros días para estudiar a fondo cómo y por qué funciona como lo hace. Dónde y cómo una falsa realidad suplanta lo que debería ser normal: el cuidado y desarrollo de la vida, de la autopoyesis (Maturana y Varela), desde la salud y el normal desarrollo del individuo (la posibilidad de cumplimiento de sus potencialidades vitales, que incluyen las de su entorno social y natural) hasta el cuidado activo y cognoscente del ecosistema general.
 
    ¿Cómo es posible que, niños aún, echásemos de menos, con una nostalgia que venía de antes de nosotros, ese tiempo normal para la vida? ¿Que sintiéramos que se nos había robado ese tiempo, que era el que nos correspondía vivir? ¿Que teníamos que crecer en y con una realidad deformada, contrahecha? Se decía la frase para señalar la ausencia de algo que habría sido normal tener a nuestro alcance.
 
    Esa pérdida del tiempo normal ha sido una pérdida histórica. No tiene recuperación posible. Los que crecimos con su carencia no podemos ser los que habríamos podido ser. No ha podido desarrollarse una generación entera, no diezmada, no tarada por condicionamientos clasistas llevados al extremo, no cortado su camino por el zarpazo genocida de unas fuerzas armadas que, en vez de cumplir con su cometido de defender el suelo común, se lanzaran en su mayor parte a la destrucción de lo más avanzado que poseíamos. Y esa pérdida habían de compartirla también pueblos cuyos gobiernos temieron más la posibilidad de que se produjera en nuestro país un proceso revolucionario, que la casi certeza de que el triunfo del fascismo en España envalentonara a los Estados de esa condición. Su error de cálculo, basado en un profundo desconocimiento de lo que estaba en juego lo pagaron con una guerra de destrucción sin precedente. Los pueblos de esos Estados también fueron privados de un tiempo normal.
 
    Desde el aquí y el ahora a los que nos ha traído la historia real hemos de preguntarnos qué cosas sería normal que existieran. No en el sentido de las normas dictadas por un sistema aberrante, sino de los deseos más naturales (como mejor alimentación, mejor salud, mejor educación para todos, fomento de la plenitud vital) y desde el sentido común rescatado de las manos poderosas que también lo han deformado y falseado (tratando de convencernos, por ejemplo, de que son mejores las desigualdades sociales porque sirven de estímulo y generan más riqueza para todos). Este problema de la desigualdad es primordial, porque de él se derivan la mayor parte de los males que nos aquejan.
 
    La desigualdad social, que deforma y aumenta en desmesura las diferencias naturales entre individuos, es una negación de los derechos vitales. Crea desigualdades monstruosas que no tienen justificación en ninguna dimensión que pueda medirse de las facultades innatas. Es como si las diferencias de estatura física que coexistieran dentro de la misma especie significasen que puede haber seres humanos con la altura de un rascacielos mientras que otros tienen las dimensiones de una hormiga. Tampoco en las facultades que miden los cocientes de inteligencia y de talento se dan diferencias que superen, como máximo el triple de la capacidad mínima. Las diferencias sociales establecen en cambio diferencias astronómicas en la “remuneración” de los individuos, sin que, en los casos extremos subsista otro mérito en los más afortunados que el de haber nacido en una familia y un país determinados.
 
    La desigualdad va acompañada, además, de la exaltación de la riqueza, como si fuera una condición natural de los ricos, y de la estigmatización de la pobreza. Primero se crean las condiciones que producen la pobreza y luego se desprecia a los pobres y se les atribuye ser la propia causa de su condición, principalmente sus defectos “morales”.
 
    El desarrollo de un tiempo normal en nuestra sociedad es una tarea titánica que corresponde a la gran mayoría, aun a la que goza de cierto acomodo, que contará siempre con la oposición de los privilegiados. Pero el fermento del cambio y su posibilidad tienen que ser difundidos entre los menos favorecidos, mediante prácticas de concienciación y de transformación que vayan consiguiendo gradualmente resultados que encuentren eco en la generalidad social. Hay que tener muy presente que, de llegar a producirse, tiene que tratarse de un tiempo verdaderamente nuevo que implique un cambio y un enriquecimiento vital para todos, en el que las cosas que “tengamos” y que adquiramos no tengan una carácter alienante, como ocurre ahora con la mayoría de las cosas que tenemos y que deseamos. Sino cosas que nos ayuden en nuestro proceso de autoliberación. Solo así llegaremos a ser normales y será normal nuestro tiempo histórico.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

¿VUELVEN LOS SEÑORES FEUDALES?

El “Estado de Derecho Burgués” es hoy una estructura interiormente destruida, vacía de contenido y de funcionalidad. Al terminar la II Guerra Mundial hubo una empresa alemana que había perdido todas sus fábricas y carecía totalmente de producción industrial. Tan solo quedaban en pie sus oficinas centrales. Pero estas seguían funcionando con plena actividad. Como aquellas oficinas que funcionaban en el vacío, los Estados actuales siguen manteniendo en actividad a sus funcionarios, que llevan papeles de un lugar a otro, guardan archivos en los ordenadores y se mandan mensajes a través de los teléfonos alámbricos e inalámbricos, pero sin que esa actividad tenga ya nada que ver con la vida real que pretenden representar y a la que fingen gobernar. El “Estado de Derecho” y su “democracia” son ficciones. Conservan de su funcionalidad pasada el aspecto exterior, la fachada de un sistema que la dinámica social ha dejado obsoleto. No resuelven los problemas reales: el paro endémico; el empobrecimiento del grueso de la población; la escasez que aqueja, a nivel de hambruna, a los más desfavorecidos; la desigualdad creciente; la dilapidación de talentos por un sistema educativo cada vez más inepto; la ausencia de perspectivas de futuro para tantos; la expropiación de la vida personal… Ha dejado de ser útil para la burguesía porque ya no es la burguesía la que manda, apoyada por la pequeña burguesía que estaba a su servicio. Subrepticiamente el poder de la burguesía ha sido sustituido por un nuevo poder invisible o apenas vislumbrable.

    Para algunos pensadores como Hans-Jürgen Krysmanski [0,1% Das Imperium der Milliardäre (0,1% El Imperio de los milmillonarios), Westend Verlag, Frankfurt am Main 2012] y Jean Ziegler estamos experimentando una re-feudalización de las sociedades “desarrolladas”, impulsada por unas élites cada vez más exclusivas y en gran parte ocultas. El mundo de la “globalización” obedece ciegamente a los intereses de estas élites que cada vez más se comportan como si habitaran en otro planeta. Tal vez se deba a esta percepción centrada en una realidad excluidora su insensibilidad e indiferencia para problemas realmente globales como el cambio climático, el agotamiento de los recursos o la creciente incapacidad de la Tierra para recuperarse de los efectos de la contaminación y de su uso como sumidero. Se comportan, en efecto, como si dispusieran de un planeta de reserva donde podrían seguir dando rienda suelta a su insaciable avaricia de riquezas y poder.

    Otro fenómeno significativo puede ser el descaro con el que se practica la corrupción, tan conspicua como inútilmente denunciada. La casta de políticos descreídos de la democracia la ha convertido en un sobrentendido del propio ejercicio de la política, en una confesión implícita de la inutilidad de todo intento de cambio por parte de la acción pública dentro de los deformes marcos legislativos impuestos por el poder real desde la sombra que lo protege. ¿Qué procesos han llevado a esta transformación de la realidad del poder ante nuestros ojos sin que nos hayamos percatado de ella? Básicamente una acumulación de la riqueza sin precedente en toda la historia de la humanidad. “La cuestión de la riqueza puede y debe contestarse en distintos planos. En primer lugar tenemos el tema de las concentraciones de bienes y capital. Los ricos son cada vez más ricos, también y precisamente en Europa. Esta afirmación se basa en gran cantidad de indicios empíricos y estadísticos, aun cuando, hasta ahora, no han sido en modo alguno estudiados y analizados de manera sistemática. E incluso en relación con la pregunta de qué sea, en las circunstancias actuales, la propiedad –e inclusive el dinero– falta un esclarecimiento. En segundo lugar se trata de un problema de teoría de las clases, esto es, de la cuestión de si se está formando una (nueva) clase dominante en base a estos procesos de acumulación. Existen a este respecto diversos inicios de explicación, pero dista de haber consenso entre los observadores críticos del capitalismo. Y, en tercer lugar, se requiere una definición, específica de la época, de este proceso de acumulación sin precedente. A título de intento yo terminaré proponiendo que se hable de una refeudalización de Europa de alta tecnología sobre una base capitalista.”
[1]

    Para Krysmanski es todavía prematuro postular la existencia, por ejemplo, de una nueva “clase dominante europea” después de siglo y medio de análisis, marxista y no marxista, de las clases, pues se expone a la simplificación y mitologización del concepto. “De ahí que intente empezar por exponer quienes son los actores y los beneficiarios de una refeudalización de Europa, de alta tecnología, sobre una base capitalista, como red compleja de élites que en parte cooperan y en parte compiten entre sí.”
[2] A esta red la define Krysmanski como “aparato de poder del dinero”. Y este aparato empiezan a reconocerlo como propio una serie de grupos sumamente significativos:
    “1) La riqueza dinástica heredada a través de generaciones;
     2) la nobleza europea, todavía poderosa;
     3) la nueva riqueza acumulada en tiempo record por medio de innovaciones técnicas, financieras y de estrategias de fomento del consumo;
     4) oligarcas que han ascendido gracias a corruptas prácticas de privatización;
     5) milmillonarios mafiosos.”[3]

    Cuando hablamos de capitalismo, tenemos así pues que empezar por preguntarnos –dice Krysmanski– de qué capitalismo estamos hablando. El capitalismo accionario regulado por el Estado, que introdujera el New Deal en Estados Unidos, ha pasado a mejor vida y ha sido suplantado por un capitalismo de rapiña que solo busca el más rápido enriquecimiento a base de aumentar los dividendos y la valoración en bolsa de las acciones. “Las consecuencias prácticas son una constante presión para reducir los salarios y las demás aspiraciones de los trabajadores (lo que en muchos casos ha conducido al robo de las pensiones y a otros delitos), así como la propaganda política y la actividad de los lobbies a favor de bajar los impuestos de las empresas con los que podría financiarse el gasto público.”[4]
 
    En Europa, la riqueza en manos privadas se ha multiplicado desde los años 90 del pasado siglo adquiriendo unas dimensiones que se antojan irreales. Mientras en 1982 las 100 personas más ricas tenían una fortuna valorada, como promedio, en 230 millones de dólares, en 2005 el promedio se establecía en 2.600 millones por cabeza (¡más de un 1.000 por 100 en 23 años!). El informe de Merril Lynch sobre la riqueza correspondiente a 2006, de “individuos con un valor superior” (no como individuos sino como ricos), era de 33 billones de dólares. Estos individuos eran por aquellas fechas un total de 8.700.000, pero 85.400 de ellos, con un “valor” neto ultraelevado, poseían ya una fortuna p.c. de 30 millones o más. Piénsese que, desde que se inició la llamada “crisis” (en realidad un período de hiperexplotación y saqueo de las clases trabajadoras y subordinadas del mundo y de “recapitalización” del capitalismo), la riqueza ha seguido un proceso de concentración acelerada. En efecto: según El País del 14 de octubre de 2014, que cita como fuente el Informe de Riqueza Mundial de Credit Suisse, en España el número de millonarios ha crecido un ¡24% en un año!, alcanzando la cifra total de 465.000 personas (no se sabe cuántos de ellos han alcanzado esta condición gracias a la corrupción rampante o alguna otra forma de actividad ilícita; ni tan siquiera si los enriquecidos por manejos ilegales figuran en las estadísticas o se ocultan tras el secreto bancario). Entre ellos se cuentan ya 1.766 ultrarricos (UHNWI o Ultra High Net Worth Individuals), poseedores de una fortuna superior a 50 millones de dólares (20 millones más que en 2005) o 39 millones de euros.  Credit Suisse calcula que el número de millonarios en el mundo crecerá en un 53% en los próximos cinco años, alcanzando 53,2 millones en 2019 (recordemos que en 2005 eran 8,7 millones “solamente”).

    No hay que preguntarse qué relación existe entre este gigantesco proceso sifónico de acumulación y la muerte por desnutrición o enfermedades curables, la desigualdad en la esperanza de vida entre pobres y ricos, los millones de individuos que no pueden desarrollar sus posibilidades natas y llevar una vida digna de llamarse humana. En un mundo de relaciones cada vez más complejas, esta es una directísima relación de causa-efecto, hasta el punto de que puede calcularse fácilmente la cantidad de “valor” que acumulan en su conjunto los ricos por cada ser humano que muere prematura e innecesariamente. Como es lógico, este cálculo no lo ofrecen los diferentes informes sobre la riqueza.

    Hagamos un pequeño experimento mental: imaginemos un mundo evolucionado donde existiera un tribunal mundial que admitiera acusaciones contra los acumuladores de “valor”, que relacionasen el proceso de acumulación con el daño causado a vidas humanas, o también, por qué no, con los daños causados al medio ambiente, asimismo relacionados con el proceso acumulador. Es evidente que no tardaría en evitarse el obsceno exhibicionismo de la riqueza, cuya función es, aparte del disfrute personal, la de demostración de pertenecer a élites exclusivas. Mientras disminuye, para muchas capas sociales, el gasto en alimentación, en salud y en educación, aumentan las compras de mansiones, de joyas, de modelos de prendas exclusivas, de obras de arte, de automóviles de alta gama, de yates cada vez más grandes y costosos, de aviones a reacción privados. Incluso hay multimillonarios que han adquirido aviones Boeing 747 y 777 para su servicio personal. Todo ello está también en función del poder.
 
    “Expresado en términos de la teoría –dice Krysmanski en el texto ya reseñado–, la élite del dinero personifica, en el actual ciclo de expansión financiera, la liberación de grandes sumas de su forma de mercancía, transformando directamente la riqueza en forma de poder. No solo se monetariza la política, la dominación, el poder, sino que la élite del dinero está en situación de convertir los valores monetarios, de las más diversas maneras, en poder. Esto es en el fondo un antiquísimo proceso basado en el hecho de que con el dinero no solo se hace más dinero, sino que se hace ‘todo’.”

    Krysmanski cita los Manuscritos filosóficos y económicos de 1844 de Marx: “Lo que el dinero es para mí, lo que puedo pagar, e.d., lo que el dinero puede comprar, eso soy yo, el dueño del dinero… Las características del dinero son mis características –las de su poseedor– y las fuerzas de mi carácter. Lo que soy y lo que soy capaz de hacer no lo determina así pues, en absoluto, mi individualidad. Soy feo pero puedo comprarme la mujer más hermosa. Por tanto no soy feo… soy una persona malvada, falsa, sin conciencia, insustancial, pero el dinero infunde respeto, por tanto también quien lo posee. El dinero es el sumo bien, su poseedor es por tanto bueno… carezco de espíritu, pero el dinero es el espíritu de todas las cosas. ¿Cómo podría un poseedor carecer de espíritu? Además puede comprar a la gente de mayor ingenio, y quien tiene el poder sobre los más ingeniosos, ¿no es acaso más ingenioso que el más dotado de ingenio?”
[5]
 
    También ha pasado a mejor vida la “soberanía de los Estados”. Y no digamos ya la de los pueblos. La nueva forma de soberanía está en manos de una nueva capa servil que constituye el estado mayor del ejército de expertos y “sabios” que instrumentaliza la información y el conocimiento y establece las normas (o falta de normas) por las que se rige la vida social por detrás y por encima de las legislaciones estatales cada vez más carentes de aplicación o de eficacia reales. Esta nueva élite del poder técnico está totalmente al servicio de los dictados e intereses de la élite del dinero. Importante es señalar que entre la élite del dinero y las distintas élites auxiliares (los altos ejecutivos y administradores, políticos, tecnócratas, y élites culturales) no existen apenas intercambios personales. La élite formada por los dueños del dinero tiende a la “endogamia o formación de dinastías según el modelo aristocrático”
[6], y el ascenso a ella es sumamente infrecuente incluso para los más poderosos de las élites secundarias. El dinero se transmite por herencia. Los que ocupan los altos cargos siempre pueden ser sustituidos o caer en desgracia. La élite capitalista no mete las manos directamente en la masa de las funciones administrativas, de la política o de la cultura. Deja incluso estas labores para otros, que trabajan por cuenta de ella y en su interés.  Aunque, naturalmente, quienes ocupan los escalones más altos en las élites auxiliares tratan de fundar su propia “noblesse de robe” (nobleza en función del cargo), favoreciendo que sus vástagos puedan prepararse en los centros de formación más exclusivo, como la ENA (la Escuela Nacional de Administración francesa) y aspiren, con ayuda de sus influencias, a ocupar puestos como los suyos. Las altísimas remuneraciones que obtienen estos individuos no guardan, por lo demás, proporción con nada a lo que se pudiera considerar “mérito” o “rendimiento”. Son, simplemente, los que tienen posiciones más próximas a la sala de mando del aparato de poder del dinero y más influyen en las estrategias de la acumulación a corto plazo.

    “En los últimos decenios –dice Jean Ziegler– se han producido en la Tierra cantidades de riqueza increíbles: en los doce años últimos se ha triplicado el comercio, casi se ha duplicado el producto interior bruto. Por primera vez en la historia del mundo se ha conseguido superar la escasez objetiva y sería posible materialmente realizar la utopía de la felicidad general. Y precisamente ahora nos encontramos con una brutal refeudalización masiva. Los nuevos señores coloniales, las empresas multinacionales –yo los llamo cosmócratas– se apoderan de las riquezas del mundo. Esta nueva dominación feudal es mil veces más brutal que la de la aristocracia en los tiempos en los que se produjo la Revolución Francesa… la teoría legitimadora de las grandes empresas es el consenso de Washington. Según ella tiene que producirse una liberalización a escala mundial: tienen que privatizarse todos los bienes, todo el capital y la totalidad de los servicios en todos los ámbitos de la vida. Según este consenso no existen los bienes públicos, tales como el agua. Las multinacionales toman posesión incluso de los genes, humanos, animales y vegetales, y los patentan. Todo se somete al principio de la maximación del beneficio. Para ello, las multinacionales recurren a dos armas de exterminio masivo: el hambre y el endeudamiento. El resultado es absolutamente terrible… Este orden mundial caníbal supone el final de todos los valores y las instituciones de la Ilustración, bajo los que hasta ahora habíamos vivido, el final de los valores fundamentales, de los derechos humanos. O bien se consigue quebrar la violencia estructural de las grandes empresas, o tendremos que dar por acabada la democracia, esta civilización tal como se establece en el artículo 111 de la Carta de las Naciones Unidas o en la Constitución alemana. Y vendrá la ley de la jungla.”

    El sociólogo norteamericano Richard Sennett afirma que el capitalismo es antidemocrático en su tendencia fundamental. Conduce a una forma blanda de fascismo [e.d., sin la parafernalia ni la institucionalización formal de los Estados fascistas], un fascismo “soft” [implícito en la programación de su funcionamiento]. “Estas redes –dice Sennett– proporcionan a los directivos la libertad de hacer cosas que sería imposible hacer dentro de las estructuras formales de una empresa. De este modo, el poder escapa sencillamente a la percepción y se hace invisible. Los ciudadanos ya no tienen sitio alguno en la esfera política.
[7]
 
    Los nuevos señores feudales están bien armados. Disponen, a través del poder del dinero, de policías privadas y de ejércitos mercenarios (en Iraq, sus efectivos han llegado a ser más numerosos que los de los ejércitos regulares “aliados” en el increíble proceso de destrucción de todas las estructuras de la sociedad iraquí, y han facilitado la gigantesca rapiña de los contratistas privados), y llevan al mundo, por medio de sus intervenciones bélicas o “pacíficas” a una situación de nuda lucha por la supervivencia.

    Incluso las “catástrofes naturales” en el suelo de la metrópolis todavía más rica y poderosa, los Estados Unidos, como la destrucción hace unos años de la ciudad de Nueva Orleáns por el huracán Katrina, ante la asombrosa pasividad de Washington (y de su inútil presidente George W. Bush, inútil para su pueblo pero utilísimo para los predadores capitalistas), equiparable a la del gobierno de Haití frente al terremoto que asoló el país, son ávidamente aprovechadas por una auténtica bandada de buitres (con perdón de las aves así llamadas, que cumplen una utilísima función dentro del equilibrio ecológico) que han convertido la carroña en jugosos “beneficios”,  y han recurrido a toda serie de prácticas ilícitas para “reconstruir” reestructurando la ocupación del suelo en favor de los “blancos”, la parte de la población mejor situada. Y estos carroñeros no son formalmente mafiosos, sino respetables bancos, inmobiliarias y empresas de seguros.

    “También el ancho campo de las operaciones de distribución mediante la corrupción desnuda cae dentro del tema del hundimiento de los sistemas de reglas de la sociedad burguesa y forma parte del recurso de los poderosos del dinero a estructuras de dominación absolutistas y feudales, apoyadas en técnicas de la información.”
[8]

    Ante este panorama, en sí nada esperanzador, a los que no están totalmente sometidos por la alienación ideológica que propician las instituciones del sistema, la educación controlada, la casi totalidad de los medios de comunicación y “entretenimiento” y las prácticas sociales dominantes, se les impone investigar a fondo esta oscura realidad, difundir en todo lo posible sus hipótesis y hallazgos, y empezar a diseñar formas de actuación que puedan contrarrestar este poder hoy incontrolable. También la acción, guiada por un creciente esclarecimiento, es potencialmente un poder, y este poder es susceptible de coordinarse, organizarse y construir estructuras desde las que aumentar su eficacia. Importante es que esas estructuras no se contaminen por los hábitos desarrollados bajo el sometimiento, lo que las convertiría en inútiles para el fin buscado: la liberación de un sistema cada vez más angustiosamente opresor, origen de la asfixia que individualmente sentimos de manera creciente.

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[1] H-J Krysmanski, Der stille Klassenkampf von oben. Strukturen und Akteure des Reichtums, en Linksnet, Red para política de izquierdas y ciencia. Consultada el 3/10/2014.
[2] Ib.
[3] Ib.
[4] William Pfaff, Capitalism under fire , International Herald Tribune, 30 de marzo de 2006. Cit. por Krysmanski, ib.
[5] Karl Marx y Friedrich Engels, Werke. Ergänzungsband I. Dietz Verlag, Berlin (DDR) 1968, p. 564 s.
[6] Krysmanski, op.cit.
[7] Richard Sennett, Das Diktat de Politmanager, en Freitag, 32, 12-8-2014, cit. Por Krysmanski, ib.
[8] Krysmanski, ib.

martes, 7 de octubre de 2014

“DARWINISMO” REVOLUCIONARIO

Es necesario, aparte de la praxis dialéctica, un “darwinismo” revolucionario de las formas de acción de los procesos (revolucionarios) de cambio, una selección natural (no manejada por camarillas de “poder”, presentes incluso donde ni siquiera hay poder, pero dotadas de capacidad conspiratoria) de las más eficientes, juzgadas por datos verídicos y criterios ecuánimes y bien afilados.